Se puede coincidir o no con lo que plantea Francisco, pero antes de cuestionarlo es necesario analizar más detenidamente sus conceptos.
Por Sergio Rubin para TN.
En la Iglesia consideran que pegarle al Papa Francisco se convirtió en un deporte nacional para un sector de la sociedad. No importa si lo que dijo, hizo o dejó de hacer es realmente lo que sus críticos le atribuyen. Lo que importa es criticarlo. Porque “es peronista”, porque “es porrista”, porque “saboteó a Macri”, porque “contribuyó a que volviera Cristina”. En definitiva, concluyen que unos cuantos de sus compatriotas lo tienen para el cachetazo y que eso es casi imposible de revertir.
El último disparador de las críticas fue su afirmación de que el derecho a la propiedad “es secundario”. Ello fue interpretado inmediatamente por sus cuestionadores como un ataque a la propiedad privada e incluso como un velado apoyo al ataque del presidente al derecho a heredar cuando se trata de tierras improductivas o al Concejo Deliberante de Avellaneda que aprobó una muy polémica ordenanza que abre el camino a la confiscación de terrenos de morosos.
Lo primero que hay que decir es que la posición que fijó Francisco tiene… 130 años. En efecto, el primer pontífice en exponerla en los términos actuales fue León XIII en su encíclica Rerum Novarum (1891), con la que se inició el desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia. Y también hay que decir que en aquel momento -eje del conflicto entre el capitalismo liberal y el socialismo- fue también criticado, pese a ser el Papa que más defendió la propiedad privada.
El argumento de León XIII es que el derecho a la propiedad privada está subordinado al destino universal de los bienes. Hunde sus raíces en el concepto cristiano de que toda persona tiene derecho a acceder a los bienes del Creador. Es una posición moral, con base religiosa. Pero de ninguna manera desconocía el derecho a la propiedad, ni promovía expropiaciones. Una posición que todos los papas -incluido Francisco- sostuvieron.
En ese sentido, basta mencionar la última versión del Catecismo de la Iglesia, que data de 1992 y dice que “el derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio”.
Por otra parte, como acaba de recordar ante la controversia el abogado Carlos Manfroni, Santo Tomás de Aquino “divide la propiedad en cuanto a su administración y en cuanto a su uso. En la administración, cada un debe administrar lo suyo y en el uso los bienes deben ser más comunes que propios. Pero el santo lo pone en el tratado de las virtudes. Es decir -subraya-, es voluntaria la disposición a compartir, no jurídica”.
En su última encíclica social -Fratelli Tutti (Hermanos Todos)-, difundida el año pasado, Francisco había reivindicado el derecho a la propiedad “en el sentido positivo: cuido y cultivo algo que poseo, de manera que pueda ser un aporte al bien de todos” (143). A la vez que destacaba que “la actividad de los empresarios es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos” (123).
Ahora bien: ¿Cómo debe interpretarse la ´función social´ que la Iglesia le otorga a la propiedad privada? ¿Cómo puede ejemplificarse el “derecho secundario”? El arzobispo de La Plata, Víctor Manuel Fernández, lo acaba de hacer: “Es evidente que alguien, por más que posea la escritura de una propiedad, no la puede utilizar para acumular residuos tóxicos porque debe cuidar el planeta que es de todos”.
Y sigue ejemplificando monseñor Fernández: “Nadie sostiene que pueda acrecentar y acumular sus bienes sin pagar impuestos y sin aportar al bien común, porque además de propietario es ciudadano. Tampoco significa que pueda matar a tiros a cualquiera que entre sin permiso porque el derecho humano a la vida es superior”. Y termina preguntándose: “¿por qué tanto revuelo por algo obvio?”.
Es cierto que en esta controversia hay una desafortunada coincidencia temporal entre el mensaje de Francisco a la Conferencia Internacional del Trabajo que sesionó esta semana en Ginebra con de los dichos del presidente y la ordenanza del Concejo Deliberante. ¿Pero debe el Papa supeditar sus menciones a la Doctrina Social de la Iglesia a episodios puntuales de su país?
Finalmente, una obviedad: el Papa puede ser criticado. Se puede no coincidir con lo que dice. Pero sería conveniente que antes se analizarán con más detenimiento sus conceptos. En la Iglesia creen que eso es pedir mucho en la Argentina de la grieta.